16. TEJADILLOS, EN EL SILENCIO DE LA SERRANÍA
A los parajes de la Serranía de Cuenca
acostumbran los narradores atribuirles algunos conceptos que, por manidos y
repetidos, encuentran fácil acomodo en el entendimiento de las gentes. Hay que
decir, por lo menos, que son abruptos, cuando no ásperos, intrincados,
escarpados, fragosos (excelente folleto, con este apelativo, Tierra Fragosa, el que escribió en
tiempos Juan Giménez de Aguilar), intrincados, escabrosos y no sigo recurriendo
al repertorio de sinónimos, que sin duda no se agota aquí ni muchísimo menos.
Seguramente yo mismo también he utilizado en algunas ocasiones esa generosidad
de nuestro idioma, porque son palabras que vienen bien cuando uno quiere
aportar expresividad sonora y rotunda al escenario, siempre magnífico, que
tiene delante de la vista tan pronto abandona el recinto urbano para
desparramar emociones al aire libre. Y sin embargo, pensándolo en frío, con una
intención más objetiva que sensitiva, creo que en los espacios serranos
conquenses hay menos aspereza de la que suele apreciarse en ese desgranar
tópicos y en cambio resulta más asequible encontrar momentos y lugares
vinculados con la belleza, la poesía, la emoción y, en definitiva, la
sensibilidad. No es la
Serranía de Cuenca un lugar abrumado por la grandeza de
ásperas montañas ni el terror de abruptos desfiladeros, aunque los haya. Pero
en el cómputo de los factores que dan como resultado ese espacio natural,
encuentro más motivos para la amable contemplación y el suave disfrute.
Como para darme la razón,
en el corazón de uno de esos parajes está el Monumento a la Madera , una de las más
singulares propuestas artísticas que podemos encontrar en nuestro territorio
provincial y aún yo diría que en otro mucho más amplio, no solo por la obra en
sí misma, sino por lo que tuvo como precursora de este tipo de iniciativas
artísticas. Fue en el año 1966 (fíjense si no fueron adelantados los que así
pensaron) cuando Gustavo Torner recibió y materializó el encargo de preparar una
obra que sirviera de recordación futura del Congreso Forestal Mundial por
entonces celebrado. Era, conviene decirlo también, una época en que la ciudad de Cuenca mostraba una profunda
preocupación por su propio patrimonio forestal y por todo lo que tuviera que
ver con los bosques, los montes, la madera y elementos vinculados; recordaré
también que, en prueba de ese interés, incluso llegaron más tarde a convocarse
unas Jornadas Forestales desarrolladas durante bastantes años seguidos antes de
que llegaron los tiempos de la despreocupación en que ahora vivimos, pues de
los montes lo único que les interesa es su productividad en euros y lo demás
queda para la utopía.
Encuentro a Gustavo Torner
de vez en cuando en un espacio que nos es común, la Plaza Mayor de Cuenca, y
siempre valoro en él su afabilidad tan profundamente humana, la generosidad
para transmitir ideas y conocimientos a quienes no los tenemos, la lucidez
mental que le hace mantener posiciones perfectamente actuales que pueden
contradecir los años que ya tiene y el espíritu crítico con que observa el
mundo que le rodea. A su concepción del arte y la naturaleza se debe esta
singular pieza escultórica. Un juego de líneas y vacíos por los que penetra
libremente el aire fresco de la
Serranía , un cubo metálico suspendido en el vacío, sostenido
apenas por unas líneas intangibles, para producir una sensación de etéreo
misterio corporal, como un punto suspensivo en el corazón de la arboleda. A su
lado, apenas a unos metros, el Escabas avanza con un rumor metódico, el de un
breve río casi recién nacido en el corazón del Hosquillo y destinado a morir no
mucho más adelante. Contemplo siempre con admiración esta delicada pieza
artística, como una sublimación de todas las potencias imaginables trasladadas
al fragor de las montañas en un ejercicio de síntesis y expreso respeto por
quienes, en un tiempo tan lejano, tuvieron la idea genial de homenajear a la
madera, en su propio ámbito natural.
Cómo llegar
Desde Cuenca por
la CM 2105 hasta Villalba de la Sierra; en este punto, se toma la CUV 9113
hasta Las Majadas y desde aquí se sigue por una pista forestal de atrevido
diseño, hasta llegar a la profunda hondonada en que se encuentra el paraje de
Tejadillos, en el monte público 119, Sierra de los Barrancos.
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